25.7.11

Artículo 20.1. d)

Hoy por segunda vez en lo que llevamos de semana escuché en la radio que los periodistas entonaban un mea culpa ante su actitud respecto al devenir mundial. Mi posición ante los licenciados en Ciencias de la Comunicación es un tanto confusa. Merecen mi respeto por haber estudiado una carrera que les ayuda a ser neutrales, a contrastar la información y a ofrecernos bastante digerido todo lo que pasa alrededor y que nos puede afectar como ciudadanos del mundo. Pero por otro lado, cuando les escucho me preguntó qué les enseñan realmente en la facultad: a ser neutrales y sagaces, o hacen un repaso general a todos los aspectos del conocimiento humano para hablar de guerra biológica con tanta propiedad como de psicología infantil? Por eso cuando les escucho decir que igual es culpa de ellos, que los periodistas se pasan a veces dando importancia a cosas que en realidad no lo son dejando por el camino los datos en los que hay que basar las noticias importantes, atisbo una luz de esperanza abriéndose paso a través de las conveniencias políticas, sociales y, sobre todo, económicas.
Un buen periodista, para la que escribe, no es aquel que sabe de todo, que domina todos los campos y al mismo día de comenzar la crisis de los pepinos es capaz de decirte cuánto tardan en crecer y en qué condiciones. El buen periodista es aquel que a partir de hechos, de cosas que son ciertas y están demostradas, hace una buena reflexión invitando a los demás a reflexionar. Es aquel que ante una información confusa y borrosa, investiga y la contrasta con otros datos para esclarecer el punto de verdad, de afinidad con la realidad de la misma. Y si es mentira, lo dice. Un periodista no es el que habla y habla sin parar, teniendo la verdad absoluta porque está en un determinado medio con una orientación política, y como sigue la corriente todos le aplauden. El buen periodista, que merecerá admiración y respeto por parte de todos, es aquel que se basa en la realidad contrastada, en lo que hay de cierto en todas esas palabras que se dicen, leen y escriben. No se deja llevar por el fragor del momento ni se preocupa de cosas vanales, como los charlatanes de feria (perdón, los políticos) o los que venden su vida por unas monedas. El periodista es el vínculo entre nosotros, pobres ignorantes de la realidad que nos rodea, y el mundo en todo lo que nos afecta. Debe darnos los datos, verídicos, reales y de facto, enmarcándolos en el ambiente en el que aparecen, con las condiciones que les afectan así como las que les pueden afectar. Nada más. La valoración se la deben dejar a los ciudadanos y a los estrategas económicos y políticos. Ellos pueden opinar, porque también tienen Derecho a ello, pero no pueden presentar su opinión como válida. Solo la realidad, en su sencilla y tranquila existencia, lo es. Todo lo demás es especular y valorar a través de la moral (que, nos guste o no, siempre nos condiciona)
Así pues, escuchar a un periodista decir que igual se equivocaron siempre es agradable. La cuestión es si ellos, que tanto reprochan a los demás las cosas que dijeron, no se aplicarán el mismo cuento y enmarcarán la frase en un precioso tapete de punto de cruz para leerla todas las mañanas. Me ofrezco a hacerlo yo misma, aún cuando odio las labores manuales. Todo sea por el bien de la ética periodística... donde quiera que esté.

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