12.2.09

It goes like this

Mi amiga Jenny y yo llevábamos diez años intentando comprender el porqué del asunto. Desde el instituto y ahora en la universidad, seguíamos sin verlo claro. La explicación puede que estuviese delante de nuestras narices, no obstante, supongo que nos mirábamos demasiado el ombligo, y sobre todo los ombligos de las demás, para descifrar nuestras suposiciones. Es eso que dicen de que los árboles no te dejan ver el bosque. El caso es que se acercaba la barrera que separa a las mujeres libertinas de las que ya empiezan a pensar como una mujer madura y yo aún estaba en fase adolescente. Diez años tirados por la borda mientras me veía a mí misma con un chico hoy y otro la semana que viene; una especie de ligona empedernida que en realidad lo que le pasaba era que carecía de una autoestima bien formada. Aquellos chicos iban y venían con tanta rapidez que mi vida sentimental se asemejaba a un mcdonalds; siempre drive-in ya que la falta de casa propia era suplida con los coches de los sujetos-hamburguesa. Así pues, me encaminaba a mis veinticinco años con tan solo un novio formal, muchos ligues y poco más. El día de mi cumpleaños coincidía con san Valentín, lo cual era una faena. En mis tiempos de jovencita inocente y esperanzada, todos los regalos procedentes de un varón significaban amor eterno y una romántica timidez que hacía que me deshiciera por dentro. Ha pasado el tiempo y, sinceramente, era una estúpida y una ingenua. Bueno, quién no? Esta vez había decidido celebrarlo como lo merecía la ocasión. Cena, bebida y amigas. Sabía que eso significaba que algunas de ellas llevarían a sus novios; no me importaba demasiado. Quedar con ellas y ver lo que habían cambiado me servía de lección, de moraleja. He aquí una joven prometedora que por contraer matrimonio se ha quedado en mera consorte de su marido rico. Al menos eso le pasaba a Lisa. No se puede decir que hubiese sido brillante en los estudios, ni ambiciosa. Pero encontró un chico rico, salieron, se casaron y ahora ella trabaja en la empresa del padre de él, que dentro de unos años también sería de ella. La felicidad absoluta de no ser porque en los últimos cuatro años su carácter risueño y juerguista se había visto sustituido por una extraña muesca de falsedad. Creo que tanto pijo a su alrededor pudo con su naturaleza principalmente libre. Todas hablábamos mucho de ella, en el fondo nos daba envidia, estaba podrida de dinero y eso siempre es un asco para los demás. Allí estaría por la noche, los dos, con sus caras de felicidad absoluta cuando lo que les corroía por dentro es saber que nunca podrían ser tan libres como lo seguíamos siendo nosotras.
Me preparé para la cena, con mis galas más cómodas. Era una cama sin hacer me pusiese lo que me pusiese; era inevitable. Allá salí de casa y justo me encontré con una compañera del instituto. Sabía que se había casado (es que no quedaban solteras ya???), trabajaba y su marido era un albañil venido a más gracias a su pericia con los ladrillos. La ví, la saludé, hablamos y cuando nos despedimos subí rápidamente a casa, me desnudé y me cambié de ropa. Analicé detenidamente las diferencias primordiales entre esa chica y yo, llegando a la conclusión de que no quería terminar así, siendo una más, que cuando me vieran dijeran "ahí va Maggie con sus ojeras, sus carnes colgando, su bolso cruzado y su pelo enmarañado". Me dí miedo a mí misma al pensar en lo que podría llegar a ser, así que me arreglé un poco, sonreí de oreja a oreja y descubrí el secreto que durante diez años me había quitado tantas horas de juerga.

"El agua de la ducha siempre sale fría"
M.W.U.

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