15.6.08

Es lo que tiene la radio

Geraldino, un hombre con bastante mala leche, soltaba improperios cuando me preparaba el desayuno. Ahí sonaba a través de las ondas afirmando que no sabía cómo llamar a su pisha, si miembro o miembra. No me pararé aquí a hablar del mal traido uso del género femenino, como siempre, a costa de dar patadas al diccionario; y no será por ganas. El caso es que el tema de conversación del programa en cuestión era que los hombres debían expresar sus sentimientos para poder llegar a un estado de verdadera igualdad. Vamos, que no solo es algo limitado al tema laboral sino también en cuanto a la manifestación exterior de la realidad de la persona, véase, llorar, reir a carcajadas, mostrar preocupación, miedo, y todo el amplio abanico (olé!) de cosquilleos internos. Decía Geraldino, muy encendido él con el tema, que a los hombres se les tachaba de maltratadores, de acosadores, salidos, obscenos, insensibles y todos esos clichés que nunca, por más que queramos, nos quitaremos de encima; por lo menos esta generación no. Total que se puso a hablar de una asociación, buscada pero no encontrada a través de la web, a la que él mismo pertenecía llamada "asociación de hombre puteados" (perdón por el palabro) La presentadora, claramente contrariada por el uso de la palabra en cuestión, le cortó rápidamente, y con razón, porque el hombre no hacía más que quejarse de que si cuando uno se divorcia le quitan la custodia de los hijos, le tiene que pasar la pensión a la mujer, le señalan con el dedo.
Tras esa inquietante y divertidísima llamada, dieron paso a Ramón, jubilado, tranquilo y la antipartícula, que diría aquella, de Geraldino. Consciente de que los tiempos avanzan una barbaridad, reconocía públicamente haberse dado cuenta demasiado tarde de que fue su mujer la única en soportar el peso de la casa, de la vida matrimonial y del día a día. Él trabajaba, comía, dormía y punto. Ahora se esforzaba por ayudar, por hacer algo por su mujer, que a fin de cuentas, nunca podría jubilarse. Así las cosas, intentaba recuperar el tiempo y arrimar el hombro, porque sabía que era lo mínimo que podía hacer.
Cerré la ventana de mi habitación, pero antes me quedé observando uno de los tantos hechos sociológicos que suceden en mi patio de luces. Un hombre tendía la ropa dos ventanas más allá que su vecina, que hacía lo propio. Ambos, con mucho cuidado se afanaban en hacer su labor lo más correctamente posible, lo cual consiguieron con creces. Me imaginé entonces a Geraldino y a Ramón a mi lado en la ventana y me dió por preguntarles si sabían tender la ropa de manera que tardase lo menos posible en secarse. El primero me respondió con grandes palabras llenas de misterio mientras echaba la culpa a las leyes y a los sociólogos y psicólogos que todo lo saben, interpretan y solucionan desde sus libros. Ahí le di la razón, pero sin decírselo directamente porque tantos aspavientos hacía que me dio hasta miedo. Ramón por otro lado aceptó su falta de pericia y optó por observar cuál era la mejor manera. Sin apelar a leyes ni reconocer que también sufre ni nada de eso. De la manera más sencilla. A fin de cuentas se trata solo de tender, no de cambiar el mundo.

2 comentarios:

noewar dijo...

¡Qué razón tienes!

Sería bueno que los Geraldinos y los Ramones de este mundo fuesen amigos, así, por parejas, para que aprendiesen unos de otros. Y no sólo aprender a tender para que seque bien, sino irse a lo más básico: la ropa se ensucia y aunque parezca increible no se lava sola.

El problema es que esforzarse cansa, cansa mucho...

Un beso a mi escritora favorita...

Anónimo dijo...

Jo, qué bien escribes. Me he quedado impresionada. Un besazo.