
Tan pronto como encontró la manera correcta de mecerlo (que era hacer de él una especie de nudo sujetándole fuerte la oreja derecha y el pie izquierdo para evitar que se desatara), lo sacó fuera. "Si no me llevo a este niño conmigo", pensó Alicia, "en uno o dos días lo matan. ¿Sería un crimen dejarlo?" Alicia dijo en voz alta estas últimas palabras y la pobre criatura gruñó como respuesta (ya había dejado de estornudar)
- ¡No gruñas! -dijo Alicia- Ésa no es la manera correcta de expresarte.
El bebé gruñó otra vez y Alicia le observó con ansiedad para ver qué ocurría. No había duda de que tenía una nariz muy respingona, mucha más parecida a un hocico que a una nariz de verdad. También sus ojos eran demasiado pequeños para ser de un niño. Todo eso hacía que a Alicia no le gustase nada su aspecto. "Quizá sólo estaba lloriqueando", pensó y le miró los ojos otra vez para ver si había lágrimas en ellos.
No, no había lágrimas.
- Cariño, si te vas a convertir en un cerdo -dijo Alicia seriamente- no podré hacer nada contigo.
¡Cuidado entonces! La pobre criaturita sollozó de nuevo (o gruñó, era imposible saberlo) y durante un rato ambos siguieron en silencia.
Justo cuando Alicia empezaba a pensar "¿y qué voy a hacer con esta criatura cuando llegue a casa?", el bebé gruñó de nuevo, tan violentamente que ella, alarmada, volvió a mirarle la cara. Esta vez no podía haber ninguna duda: era, ni más ni menos, un cerdo y Alicia pensó que era absurdo llevarlo más tiempo en brazos.
Así que dejó a la criatura en el suelo y se sintió bastante aliviada al verle trotar hacia el bosque tranquilamente. "Si hubiese crecido", dijo para sí, "habría sido un niño feísimo; pero es un cerdo bastante guapo, creo yo." Y se puso a pensar en otros niños que conocía y que estarían bastante bien como cerdos "si uno supiese cómo transformarlos..."
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