Hoy, hoy era el dia. Pero no ha podido ser.
En la lista faltan M. y L.,
buenos amigos, aunque me
haya costado años darme cuenta.
Hoy, hoy era el dia. Pero no ha podido ser.
Le di un beso a mi esposa y cogi la pequeña maleta que me acompañaría en las próximas horas. Pasé los controles y dejé atrás el sitio reservado a esas despedidas tan alegres y a la vez tan tristes que siempre ocupan los pasillos de un aeropuerto en las puertas de embarque. Tiré un beso más a aquella mujer que siempre había estado a mi lado, aún en los momentos en los que bien merecía estar tirado y abandonado, sabiendo que nadie me reclamaría ni se preocuparía. Pero jamás lo hizo. Sus razones tendría. Ahora ambos éramos demasiado mayores como para embarcarnos en una conversación llena de preguntas filosóficas y profundas. La rutina del matrimonio había vedado el terreno de lo profundo, de la sinceridad y la honestidad brutales, de las palabras tranquilas que desahogan. Todo se resumía en una tolerancia mutua exteriorizada por un dejar hacer constante sin oposición.